Esta rara historia comienza con un redoble de tambores, un
enano musculado fumando vestido de bailarina y presentando al público el mayor
espectáculo que jamás verán.
¡Damas y caballeros, niños y niñas, feos y feas, raros y
raras! Me enorgullece haberles traído a su ciudad el glorioso espectáculo
circense más esperpéntico y onírico que jamás de los jamases verán con sus
ojos. Que dé comienzo el espectáculo. De nuevo un redoble de tambores, rugido
de tigres y eructos de los condenados allí presente como público. Mientras tanto
los funambulistas tullidos se acoplaban sus extremidades de mentira, el domador
terminaba de pintar de verde a los tigres con spray, y la mujer barbuda estiraba
las tiras de su trikini.
Los focos apuntaban en el centro donde hacían sombras
chinescas en torno al enano presentador. El tendido aplaudía con firmeza, y cada vez
más alto e insistentemente repetían; “que empiece ya, que el público se va, la
gente se marea y el público se mea”. El
enano cogió el micrófono.
¡Para abrir apetito amigos míos, aquí os dejo la escena que
todos estabais esperando. La ruleta rusa flaneada! dijo haciendo énfasis en las
erres. Se retiró de la escena y de la nada apareció una mesa redonda y cuatro
personajes a su alrededor: un mono trajeado, un cantaor de flamenco borracho,
un mago obeso tartamudo y un extraterrestre con dos cabezas. Sonó un gong y los
personajes se abalanzaron sobre el flan que tenían delante y engulleron como
pavos. Sonó otro segundo gong y el cantaor de flamenco aun seguía tragando. El
resto había ganado. El cantaor, tras su arriquitaun correspondiente, apoyó el
revólver contra su sien y el resto de su materia cerebral se esparció como los
virus en un estornudo. El cuerpo inerte cayó encima de la mesa. Y así hasta que
únicamente quedó el extraterrestre de dos cabezas. Claro, ganó porque tenía dos
cabezas. El público gritaba su nombre.
Se hizo un momento de oscuridad, no planeado, si no que
gente del público aprovechó para robar cobre de las farolas que suministraban
luz a los focos. Se fue la luz, pero no el sonido, y mientras arreglaban los
problemas técnicos pusieron música ambiental. Al arreglarse el problema la luz
volvió y el enano abrió paso al nuevo número; la mujer barbuda. Con una
reverencia se apartó y allí apareció la mujer con tanta barba que podía
mesársela con las dos manos. Tenía tantos granos que al explotárselos sonaba como
las pompitas del embalaje de los electrodomésticos. La gente comenzó a tener
arcadas al verla, hasta que vomitaron de verdad cuando de su vagina
sacó un nokia 3310 y un rotulador rosa fluorescente. La gente vomitaba sin
parar y comenzó a irse y abuchear hasta que el presentador entró en escena empujando a la
mujer barbuda sacándola de los focos y llamando la atención del público con
eructos mientras imitaba a un tiranosaurio. El público rió y aplaudió este
gesto.
¡Público querido! Sin más dilación, sin más esperas, que las
que me estoy comiendo. Dijo mientras mordía dicha fruta.
- Les presento a los alambristas
de este circo, gritó mientras hacía una reverencia hacia atrás.
De repente, de la parte más alta de la carpa apareció una
pareja de jóvenes funambulistas que se quedaron al borde de sus respectivos
trampolines y el fino alambre por el que iban a cruzar de un lado a otro. El
presentador, con tono burlón incitó al público a jalear y añadió un toque más
de suspense al número abriendo una trampilla con una piscina desde el suelo con
dos tiburones blancos.
La pareja de funambulistas comenzó el recorrido del alambre
para juntarse en el centro, paso a paso, iban acercándose más, un poco más, un
poco más hasta que ambos se quedaron uno frente al otro, con los brazos
abiertos buscando equilibrio. Silencio sepulcral. La pareja se miró, y ante la
atenta mirada de 10.000 presidiarios se dieron un beso candente. Tan candente,
que prendió en el alma de los reos que aplaudieron con tanto ahínco que de uno
de los lados se soltó el alambre y la
pareja cayó a la piscina siendo desmembrada al instante por el implacable
apetito de los grotescos escualos.
El público comenzó a sollozar y a arrojar cáscaras de
plátano al presentador. Éste respondió haciendo la peineta al tendido mientras
los insultaba. Al final el público se marchó abochornado del espectáculo y el
enano, sin más escrúpulos que los de un cirujano ciego, llamó al contratista carnotraficante para que le buscase gente igual de rara para el
nuevo espectáculo. Eso sí, solamente pidió que fueran de Taipei y la isla de Pascua.