Mi querida Louise:
Te escribo desde mi trichera fría y húmeda en Verdún,
porque eres la luz que me ilumina en esta oscuridad. Me gustaría saber cómo te
encuentras y cómo se encuentra nuestro hijo, ya que es lo que aquí me mantiene
con fuerzas.
Estamos a 25 de febrero, a tres semanas de mi vigesimo sexto cumpleaños y querría estar
contigo, pero mi patria me necesita, aunque no sé muy bien por qué nos han
llamado a filas. Aquí se habla algo de un príncipe austriaco asesinado: ¿Tú sabes
algo?
Hace cinco días que llegamos a Verdún y aún no ha parado de
llover ni de haber niebla. Hace demasiado frío y no hay suficientes mantas para todos.
Yo he tenido que coger la de Julien, que murió ayer de disentería.
El nuevo comandante, Philippe Pétain, me ha destinado al
regimiento de artillería y gases. Tengo mucho miedo porque los gases son letales, por
eso llevamos estas especies de vozales con respiraderos.
Pasado mañana tenemos previsto avanzar varias lineas y
acercarnos a los alemanes e intentar expulsarlos de sus trincheras. Hemos oído
que tienen un arma que escupe fuego, lo llaman lanzallamas. Podrán tener todo
lo que quieran , pero no el coraje y valentía que demostró el coronel Émile
Driant muriendo antes de ayer con sus fusileros para que nosotros nos
replegáramos. ¡No nos vamos a rendir,
hoy no!
Tengo muchas ganas de volver a casa para comer en condiciones
y no el pure pastoso de aquí. No veo el momento de volver abrazarte, ni de acariciar
a mi yegua Philomena.
Sin más, espero verte pronto; Eternamente tuyo: Raimond