Sentado en la butaca sacó del bolsillo de su camisa un paquete de Ducados,
se lo acercó a la boca, y sin usar las manos se metió un cigarrillo en la boca.
-Dame fuego, maestro. Y échame otro whisky doble, White Horse con dos
hielos.
El camarero extendió el brazo para encenderle el cigarro e inmediatamente
después se giró para servirle lo que había pedido.
Eran las dos de la mañana y en el mugriento bar sólo quedaba él, rodeado
por cáscaras de cacahuetes y estaba enfrente de un mostrador amarillento tan
sucio que ni siquiera permitía ver la clásica tortilla de patatas acartonada
hecha desde hacía 20 años. Los chorizos, salchichones y morcillas colgaban como
estalactitas de una caverna. Cogió el vaso de tubo y lo empinó agotándolo de un
trago.
-Ponme otro. Pero esta vez, no me eches del mierda caballo ese. Échame un
Chivas 38 ó 25.
-No tengo. Lo máximo es un DYC de 8.
-Puf. Exclamó. Vaya un bar de mierda. Poniendo énfasis en la primera sílaba
de la última palabra.
-Si no te gusta, te vas a un bar de copas. Esto es un bar de barrio. Si lo
quieres bien y si no, pues ajo y agua.
-Ajo y agua tu puta madre.
El camarero de recio carácter y grueso físico salió de detrás de la barra
hecho un basilisco. La grasa de su pelo le combinaba con la que chorreaba por
el delantal. Cogió al hombre por el cuello, le bajó de la butaca y lo sacó
fuera del bar de un empujón.
-Mira, hijo de puta; Yo no me levanto a las 6 de las mañana para aguantar a
borrachos como tú. Vete a tomar por culo y no vuelvas por aquí.
-Pero cómo no voy a volver si vivo ahí en esa esquina, dijo señalando con
el dedo. Comenzó a reírse grotescamente y a caminar en dirección a su casa.
Caminaba dando tumbos de un lado para otro, como cuando baila un elefante. Se
apoyó en una farola, todo le daba vueltas pero no podía parar de reír. Carpe
diem dijo para sí y dio vueltas y vueltas aprovechando las que ya estaba dando
su cabeza hasta que cayó al suelo de un tropiezo. Se irguió, sacó otro
cigarrillo que se puso encima de la oreja y otro que se puso en la boca. Anduvo
hasta que vio a un chino vendiendo latas de cerveza.
-Amigo, dame una latita majo. Y dame fuego. Soltó una carcajada. Le pagó
con una moneda de dos euros y se fue sin recoger el cambio. Estiró de la chapa
y empezó a beber. La cerveza caía por los lados de la comisura de su boca y
desembocaba en su desaliñada e hirsuta barba cana. No le habían encendido el
cigarrillo. Bebía y se cruzó de acera por donde no debía. Un coche pegó un
frenazo para no llevárselo por delante.
-Mira por donde vas borracho.
-¿Borracho yo? Anda payaso. Contestó y le entró hipo. No dejó de beber
hasta que llegó a su portal. Sacó el manojo de llaves. Probó todas y cada una
de ellas hasta que dio con la acertada, la metió y accionó la cerradura. Pasó
al portal y allí aplastó la lata contra su pecho al tiempo que gritaba como un
bárbaro. Siguió con el hipo y con la risa mientras subía hasta su casa en el
tercer piso. Una vecina del primero se asomó por la puerta. El hombre la increpó
de tal forma que la mujer, consternada, se escondió rápidamente en su casa.
Cuando el hombre llegó al descansillo de su piso se le apagó la luz. Fue al
botón y sin querer llamó al timbre de la puerta de al lado de su casa. Empezó a
reírse y a intentar abrir rápido la puerta de su casa. Nadie abrió la puerta
donde llamó sin querer. Por fin entró en su casa descalzándose mientras tiraba
los zapatos y dejándose caer a plomo sobre el sofá. El olor de su casa era
fuerte, pero ya estaba acostumbrado. Tras un rato se levantó del sofá y fue al
servicio. Orinó salpicando toda la taza, ya no solo por el tembleque, si no por
el hipo. Dijo para sí mismo; esto me lo quito yo fácilmente. Al salir del baño
fue a una de las habitaciones. En ella había numerosos trofeos en sendas baldas
colocados. Un traje de luchador de Wrestling enmarcado, una cama hasta arriba
de ropa sin planchar y un armario. Se aproximó al armario y lo abrió. El hedor
a putrefacción casi le hizo vomitar, pero se tapó la boca y salió corriendo
cerrando tras de sí la puerta de la habitación.
Fue al pasillo y encendió la tele, justamente estaban televisando una
película de porno erótica. Sin pudor ninguno subió el volumen y se dirigió a la
cocina, entre risas, hipo y gemidos cogió un pack de 12 latas de cerveza. Las
abrazó y acunó cómo si fuera un bebé. Se dirigió al salón, apoyó las latas en
la polvorienta mesa y se quitó los pantalones quedándose en calzoncillos. En un
arrebato lanzó los pantalones por la ventana. ¡A tomar por culo! Espetó.
Una a una fue bebiéndose las latas, eructando cada trago, llorando al
acabar cada lata, y vomitando cada tres. A las sexta lata, con un dolor de
cabeza capaz de doblar a un ogro, sacó otro cigarrillo, se lo encendió y se
levantó. Aproximándose al cajón saco un VHS “Los mejores momentos de Puratós”.
Sopló la cinta y tosió. La metió en el reproductor y rebobinó hasta que oyó el
tope.
Dio al play y se abrió otra lata. En ella se veía a un luchador de Wrestling
vestido con unas mallas azules, una camiseta naranja con un símbolo de un
cigarro estampado, una máscara kabuki con expresión de sorpresa, y una capa
negra. Grotesco todo.
En ella salía peleando contra otros luchadores en la época dorada del
pressing catch español; Chicano loco, Toro abulense, Mañico Brutico, el
desmigajador, el pasapuré o Julk-ian el verdoso. Aparecía también levantando copas
y cinturones dorados, abrazando a hermosas mujeres de pechos voluptuosos y
turgentes. En fin, buenos tiempos.
Siguió abriendo cerveza pero ya no se reía, solo lloraba por que cualquier
tiempo pasado fue mejor. Acabó con todo el pack de cervezas y se dispuso a
acostarse. Decidió que lo mejor sería darse un baño. Mientras se preparaba el
baño sacó de la pitillera una bolsita. Cogió la cartera y sacó el carné de
socio VIP de PK2, un prostíbulo a las afueras de Madrid. Volcó los polvos y con
otra tarjeta los acotó hasta hacer una raya. Puso la nariz a escasos
centímetros y aspiró los polvos que entraron directos al cerebro. Los polvos
restantes se los restregó con el pulgar por las encías y se chupó el dedo.
Terminó de llenarse la bañera y se metió dentro sobresaliendo únicamente la
cabeza. El agua desprendía un vaporcillo de calor que empañó los cristales y
azulejos. Se encendió un cigarro cayéndosele la ceniza dentro del agua. Apuró
hasta la última calada y tiró el cigarro empujándolo con el dedo gordo e índice
de la mano. La colilla seguía ardiendo. Se recostó y se quedó dormido.
La casa comenzó a prenderse gracias a la acción de la suciedad, a la
colilla no apagada y los calzoncillos que dejó tirados en suelo. El humo hizo
que se despertara tosiendo. Se levantó sobresaltado y frío, pues el agua se
había enfriado. Quitó el tapón, y se quedó inmóvil para no salvarse. ¡Satán
llévame contigo! Sin más, Satán se lo llevó. A las horas el fuego había
arrasado medio edificio. Los bomberos estaban intentando controlar el fuego y
la policía acordonaba la zona. Los sollozos de los vecinos eran indescriptibles
puesto que veían como sus pertenencias se volvían cenizas. Cenizas sobre
cenizas. A las seis horas después del suceso, ya había amanecido y el fuego se
extinguió. Una docena de policías con otros tantos bomberos comenzaron a
registrar los pisos. De uno de ellos sacaron un bebé calcinado con su cuna al
lado de un perro y una mujer mayor, de otro un montón de papeles pues era una
gestoría.
-¿Hay algo más en el cuarto piso? Preguntó el comisario.
-En el cuarto nada, señor. Pero en el tercero hemos hallado el cadáver de
un hombre a medio calcinar en la bañera. He llamado al forense para que le
identifiquen.
-Muy bien. ¿Algo más?
-Si señor. Creo que esto le interesa bastante. En una de las habitaciones
había cuatro cuerpos en avanzado estado de putrefacción. Envueltos en bolsas de
basura. Los cadáveres son tres hombres y una mujer de entre unos 25-45 años.
-¿Cómo es posible que el armario no se halla quemado?
-Porque el armario, y el canapé estaban acabados con un barniz ignífugo,
señor.
-A ver si llegan ya lo forenses y nos dicen quiénes eran esos fiambres.
Al cabo de un rato, mientras el comisario se acababa su cigarro llegó la
policía científica.
-¿Qué tenemos? Preguntó el forense.
-Una vieja, un bebé, un perro. Un hombre y cuatro cadáveres. La vieja y el
bebé no me corren prisa. Tanta, quiero decir. Me preocupan más el hombre de la
bañera y los cuatros cadáveres.
-Vale, vamos a ello.
Tanto la policía, como los forenses subieron al tercero y estuvieron
intentando recopilar pruebas. La cinta VHS, pelos de los cadáveres.
A las cuatro semanas de investigación se supo que el que provocó todo era
Paco Rodríguez Santos, ex luchador de Wrestling conocido como Puratós. Las
otras cuatro víctimas correspondían a Macario Yáñez Pinzón, Hakim Al-Alili,
Santiago García Toral y Rosario Bermúdez respectivamente; representante,
camello, amigo y ex mujer del susodicho Paco Rodríguez Santos.