Caminaba solo, con un hacha de cocina, un
fusil y una azada de cuando trabajaba de jardinero. Lo había perdido todo,
novia, padres, amigos. Solo quedaba mi abuela. Y no es nada fácil cruzar todo el
sur de Madrid, hasta llegar al punto de evacuación cargando con tu abuela
enferma, y sin hacerte notar mucho. Esta es mi historia.
Soy un hombre, eso lo tengo claro. Lo que no
sé muy bien es cómo me llamo. Todo sucedió en cuestión de horas; entraron disparando
a toda mi familia reunida porque iban a felicitarme por la noticia de mi
próxima paternidad. Todos los pisos de la zona estaban iguales, arrasados,
desvalijados y humeantes. Un silencio tenebroso recorría las calles de mi
barrio. Oía gatos, perros, palomas y sollozos de personas que entre balbuceos
decían el nombre de sus parientes asesinados. Entré en mi casa y vi los cuerpos
de mis familiares mutilados y tirados en el suelo como trapos harapientos. No me lo podía creer. Insulté, grité, lloré, maldije tanto que de la presión
cerebral caí desplomado al suelo.
Me desperté cuando oí la voz seseante de mi
abuela. No sé cómo había sobrevivido, ni me importaba. Por lo menos la tenía a
ella. Se acercó y me dijo
delicadamente: “vamos niño, a levantarse que es hora de ir a la escuela”.
El Alzheimer estaba segando su vida día tras día, como se filtran las
gotas por una fisura en una tubería.
Por suerte la enfermedad de mi abuela estaba
tan avanzada que no se percató de que al entrar, la casa estaba llena de cadáveres
y que uno de ellos, era mi abuelo. Me levanté y con mi abuela dentro de casa le
dije que cogiera latas de comida y las pusiera en una mochila que nos íbamos de
allí. ¿A dónde vamos? Me preguntó.
-A Córdoba, abuela, vamos a tu pueblo.
Ilusa e ilusionada se puso a cargar la mochila. Realmente no sabía a qué lugar, pero nos íbamos. Dicen que la vida es
movimiento.
No había agua del
grifo, luz, ni siquiera cobertura móvil, ni internet,
únicamente funcionaba la radio. La encendí y busqué
una sintonía. Nada, todas eran del gobierno y nos advertían a los
supervivientes que estábamos en una lista. Me eché la mochila con las latas a
la espalda, cogí un mechero, la radio y a mi abuela de la mano.
Bajamos y recorrimos el barrio en busca de
explicaciones, al igual que el resto de vecinos supervivientes. Mientras mi
abuela: “oye niño no me comes nada, te estás quedando más chupado que la pipa
de un indio”. Si abuela, sí. Dije para mí.
En los portales había un bando:
“Queridos conciudadanos, por decreto, queda ilegalizada
toda vida humana terrícola sin consentimiento del gobierno de Klügon en
colaboración con el nuestro. Los ausentes han sido puesto en busca y
captura.”
Cogí el papel y lo rompí sin más. Hijos de
puta. Cuando estaba pensando qué hacer o dónde ir, oí que de mi mismo bloque
salían unos gritos. Dejé a mi abuela esperando y subí corriendo, crucé la
puerta entreabierta y vi a un vecino que sostenía el cuerpo inerte de su mujer
mientras un ser lo apuntaba con su arma. El ser hablaba guturalmente y mi vecino
le increpaba para que le disparase.
Le grité al ser, pero no se giró. Le grité más
alto y tampoco. Entonces....