martes, 25 de marzo de 2014

Tres días para la salvación

Caminaba solo, con un hacha de cocina, un fusil y una azada de cuando trabajaba de jardinero. Lo había perdido todo, novia, padres, amigos. Solo quedaba mi abuela. Y no es nada fácil cruzar todo el sur de Madrid, hasta llegar al punto de evacuación cargando con tu abuela enferma, y sin hacerte notar mucho. Esta es mi historia.
Soy un hombre, eso lo tengo claro. Lo que no sé muy bien es cómo me llamo. Todo sucedió en cuestión de horas; entraron disparando a toda mi familia reunida porque iban a felicitarme por la noticia de mi próxima paternidad. Todos los pisos de la zona estaban iguales, arrasados, desvalijados y humeantes. Un silencio tenebroso recorría las calles de mi barrio. Oía gatos, perros, palomas y sollozos de personas que entre balbuceos decían el nombre de sus parientes asesinados. Entré en mi casa y vi los cuerpos de mis familiares mutilados y tirados en el suelo como trapos harapientos. No me lo podía creer. Insulté, grité, lloré, maldije tanto que de la presión cerebral caí desplomado al suelo.
Me desperté cuando oí la voz seseante de mi abuela. No sé cómo había sobrevivido, ni me importaba. Por lo menos la tenía a ella. Se acercó y me dijo delicadamente: “vamos niño, a levantarse que es hora de ir a la escuela”. El  Alzheimer estaba segando su vida día tras día, como se filtran las gotas por una fisura en una tubería.
Por suerte la enfermedad de mi abuela estaba tan avanzada que no se percató de que al entrar, la casa estaba llena de cadáveres y que uno de ellos, era mi abuelo. Me levanté y con mi abuela dentro de casa le dije que cogiera latas de comida y las pusiera en una mochila que nos íbamos de allí. ¿A dónde vamos? Me preguntó.
-A Córdoba, abuela, vamos a tu pueblo.
Ilusa e ilusionada se puso a cargar la mochila. Realmente no sabía a qué lugar, pero nos íbamos. Dicen que la vida es movimiento.
No había agua del grifo, luz, ni siquiera cobertura móvil, ni internet, únicamente funcionaba la radio. La encendí y busqué una sintonía. Nada, todas eran del gobierno y nos advertían a los supervivientes que estábamos en una lista. Me eché la mochila con las latas a la espalda, cogí un mechero, la radio y a mi abuela de la mano.
Bajamos y recorrimos el barrio en busca de explicaciones, al igual que el resto de vecinos supervivientes. Mientras mi abuela: “oye niño no me comes nada, te estás quedando más chupado que la pipa de un indio”. Si abuela, sí. Dije para mí.
En los portales había un bando:
“Queridos conciudadanos, por decreto, queda ilegalizada toda vida humana terrícola sin consentimiento del gobierno de Klügon en colaboración con el nuestro. Los ausentes han sido puesto en busca y captura.” 
Cogí el papel y lo rompí sin más. Hijos de puta. Cuando estaba pensando qué hacer o dónde ir, oí que de mi mismo bloque salían unos gritos. Dejé a mi abuela esperando y subí corriendo, crucé  la puerta entreabierta y vi a un vecino que sostenía el cuerpo inerte de su mujer mientras un ser lo apuntaba con su arma. El ser hablaba guturalmente y mi vecino le increpaba para que le disparase.
Le grité al ser, pero no se giró. Le grité más alto y tampoco. Entonces....

1 comentario:

  1. Si queréis saber cómo continúa, mandadme un mail a: pacoteco_89@hotmail.com
    Que os parece una puta mierda, pues también, mandadme un mail a la misma dirección

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